Este iba a ser el año del medioambiente: Chile sería sede de la COP25 y Greta Thunberg, una visita ilustre. Pero no ocurrió así. El destacado biólogo dice que perdimos una gran oportunidad, pero reconoce que la crisis social tiene una urgencia mayor. El primer ecólogo en recibir el Premio Nacional de Ciencias advierte que tenemos sólo una década para actuar contra el cambio climático, pero no ve negro el futuro porque confía en las nuevas generaciones.

El biólogo Fabián Jaksic ha dedicado más de 40 años de su vida al medioambiente. Una de sus líneas de investigación consistió en clasificar la fauna de todos los vertebrados y escribir el libro Ecología de los vertebrados de Chile (1997). También logró determinar cuál es el rol de distintas especies en los ecosistemas. En 2018, se convirtió en el primer ecólogo en recibir el Premio Nacional de Ciencias Naturales. Sin embargo, la vida de Jaksic pudo ser contada desde otra vereda, una perteneciente a uno de los principales enemigos del medioambiente. “Es cierto. Estuve muy cerca de trabajar en el sector del petróleo”, dice.

Jaksic nació en Punta Arenas en 1952, cuando recién se había fundado la Empresa Nacional del Petróleo (ENAP) y ese combustible era oro para los puntarenenses. Su padre hizo carrera en esa compañía y su madre también trabajo ahí. Eso lo impulsó a elegir ENAP para realizar su práctica profesional y en el Laboratorio de Micropaleontología estudiaba a los microorganismos que entregaban pistas sobre dónde se podría hallar ese combustible. “Para mí, como hijo de enapino, era una bendición estar ahí”, dice.

-¿Qué piensa hoy de ese capítulo?
– El petróleo es como el cáliz que le ofrecieron a Jesucristo: “Aparta de mí ese cáliz, no lo quiero beber”. Es eso. El petróleo y el carbón son la tentación de conseguir rápido la energía que de otra manera nos costaría muchísimo.

– ¿Se imagina qué sería de su vida si se hubiera dedicado al petróleo?
– Soy buen analista, me habría dedicado a los negocios. En una de esas, estaría vendiendo y comprando valores futuros de petróleo en una firma comercial en Wall Street, pero con mis conocimientos de ciencia sí que me iría bien. Qué mejor que saber de inversiones y de ciencia para entender para dónde va la cosa.

– ¿Le costó ver al petróleo como “el enemigo”?
– Me costó y fue un proceso lento. Diría que a contar del año 2000 me tomé en serio el tema del cambio climático. Antes de eso decía “no creo, esta cuestión suena como a ciclo natural”.

– ¿Qué lo convenció?
– La evidencia que se ha acumulado es tan enorme, que hay que ser realmente ciego o tonto para no leerla y no entenderla.

– ¿Qué reflexión tiene de la urgencia climática de la actualidad?
– La parte grave se verá en 2050: ese año vamos a estar muriendo como moscas y nos habremos recuperado de esto. Hay un espacio de tiempo en que, o actuamos o se nos va de las manos. Ese período es entre el 2020 y el 2030. Eso pasa por hacer una tremenda renuncia de seguir usando el petróleo y el carbón como fuentes de energía barata. Vamos a tener que encarecer la forma de generar energía para nuestra existencia.

– ¿Cómo ve el futuro? ¿Muy negro?
– No lo veo negro, porque confío en la especie humana. Creo que ante el abismo somos capaces de echarnos un poco para atrás.

– ¿El mundo científico ha logrado traspasar el sentido de urgencia a la gente?
– Si lo que estaba pasando en Chile hasta el 18 de octubre era una señal, yo diría que la mayor parte de los científicos que estamos dedicados a temas de clima, biodiversidad y ecosistemas estábamos muy felices porque es increíble la conciencia ambiental que hay en Chile. Se nota en muchas cosas. Hasta antes del 18 de octubre, Santiago era una ciudad más o menos limpia. Hay una buena legislación de protección ambiental… buena hasta donde se puede y hasta donde alcanza la fiscalización, lo cual no evita que tengamos zonas de sacrificio. Pero en comparación con el resto de los países de América Latina, Chile estaba en una muy buena situación, y en particular me asombra que desde los cabros chicos hasta los universitarios son gente con más harta conciencia de la que yo jamás tuve.

Para Jaksic, actual académico de la Universidad Católica, el anuncio del gobierno de cerrar anticipadamente cuatro centrales a carbón, dos en Mejillones y dos en Ventanas, es una demostración de voluntad política. “¡Son cuatro centrales menos! Esos son actos concretos. Y ojo que Chile ha sido valiente y señero en ese sentido, cuando en la legislación eléctrica dijo que quería tener un 20 por ciento de la matriz en energías renovables al año 2025, y ocurre que llegamos al 20 por ciento antes del 2020. ¡Podemos! ¿Por qué no anticipamos, entonces, el cierre de las centrales a carbón? Hagámoslo”, dice.

California dreamin’

Jaksic cuenta que su inclinación por la naturaleza nació casi por necesidad. En la Punta Arenas de los años 50, su mayor entretención era escuchar los mensajes que la gente, bastante incomunicada en esa época, se enviaba a través de la radio local: “Juan, te mando una encomienda, llega el martes”. Como los meses de frío pasaba encerrado en la casa, el niño Jaksic aprovechaba el verano para hacer excursiones y acampar con su hermano y con sus amigos, ir al campo, observar y recolectar cosas, salir a pescar y a cazar pájaros con hondas. De eso último, hoy se arrepiente.

A Jaksic le gustaba coleccionar. Juntaba estampillas, tapas de botellas, insectos, rocas y pequeñas botellitas de tragos, y después buscaba patrones para clasificarlas. Sin saberlo, estaba dando sus primeros pasos como científico.

A los 13 años se trasladó con su familia a Santiago, específicamente a La Florida, comuna que todavía era un lugar de pequeños campos, y su mundo cambió del cielo a la tierra. Probó frutas que nunca había visto –como los damascos, las ciruelas, la uva o la sandía- y pasaba encaramado arriba de los árboles frutales. En la zona central encontró una variedad desconocida para él de insectos, aves, mamíferos y reptiles. “Aunque no me creas, yo no conocía las ranas ni las lagartijas porque en Punta Arenas no habían, nomás. En La Florida, en la noche los sapos no nos dejaban dormir porque se pasaban toda la noche cantando. Por una parte era mágico poder dormir con las ventanas abiertas, pero con ellos era casi imposible cerrar los ojos”, dice.

A comienzos de los 70, Jaksic buscó una carrera para estudiar a los animales y la única que existía era Medicina Veterinaria. Como no se veía ayudando a parir a las vacas, dos años después se cambió a Licenciatura en Biología en la U. de Chile, porque quería aprender a hacer ciencia. “En esos años, la Facultad de Ciencias era muy elitista y reduccionista, muy centrada en la biología celular”, recuerda. El medioambiente no era tema y en ese contexto, Jaksic y un grupo de siete amigos que compartían sus inquietudes eran los bichos raros. Los hippies.

“Nos decían ‘los cortapalos’, los que queríamos andar por el bosque abrazando árboles. Nos trataban mal. De hecho, cuestionaban que lo que hacíamos fuera ciencia”, dice él, que en ese tiempo era reconocible por su pelo largo y anteojos tipo John Lennon. Escuchaba a Jimi Hendrix, Led Zeppelin y música sicodélica de la época y, dice, no se privó de nada, tampoco de las drogas. “Eso no lo desconozco. Yo experimenté todo lo que quise cuando joven. Probé de todo, excepto el homosexualismo”.

El golpe de Estado y el toque de queda le arruinaron la fiesta, pero a fines de esa década se ganó una beca y partió a California para realizar un doctorado en Zoología. “Llegué a allá y retomé rápidamente la fiesta. Estaba en mi salsa”, dice.

El movimiento ecologista en Estados Unidos ya había dado pasos importantes. En los 60 se realizaron protestas contra los ensayos nucleares y los derrames de petróleo, y la bióloga marina Rachel Carson había publicado el libro Primavera silenciosa, donde denunciaba que el uso de pesticidas estaba provocando enormes riesgos para la salud humana y terribles efectos para la flora y fauna. En California, Jaksic dice que se encontró con muchas cosas que lo sorprendieron. “Uno, la gente reciclaba la basura. Dos, eran tremendamente conscientes del agua, al punto de que era de mal gusto tirar la cadena del water cuando uno iba a hacer pipí; había que dejarlo ahí hasta que se juntaran varios y después tirar la cadena. Tres, se fijaban de dónde venía un producto. Por ejemplo, todo el mundo sabía que no había que comprar productos que tuvieran algún tipo de inversión en Sudáfrica porque ese país mantenía el apartheid. Ese tipo de cosas eran bien chocantes para mí, que venía de una dictadura en Chile”.

En California se enteró de que existía algo llamado estudios de impacto ambiental, y si una empresa pretendía levantar un proyecto debía, como requisito previo, evaluar sus efectos. “Yo veía a mis colegas zoólogos que les pagaban 100 dólares por día por ir a determinar qué especies de lagartijas existían en un área donde se iba a hacer algo. ¡100 dólares al día! Que una empresa por regulación del Estado fuera capaz de gastar esa plata por un proyecto de desarrollo para saber qué organismos había, lo encontraba increíble. Después fui entendiendo que una sociedad más rica tiene que hacerse cargo de todos los costos que involucra el usar el medioambiente”, explica.

Precisamente, Jaksic participó en la elaboración de la Ley de Bases del Medio Ambiente chilena, que se promulgó recién en 1994, y donde se estrenan los estudios de impacto ambiental en el país. “Hasta antes de esa norma, a las empresas no les interesaba el cuidado del medioambiente. Para nada”, dice.

– ¿Qué le parece la calidad del medioambiente en Chile?
– Nosotros tenemos el medioambiente que podemos pagar. Si queremos un medioambiente prístino, entonces nos saldría carísimo. Si no nos importa para nada, entonces hagámoslo pedazos y después de eso nos vamos a vivir a Marte. Por supuesto que yo estoy en un punto intermedio. No somos un país desarrollado, somos un país de menos de 30 mil dólares per cápita de PIB, no nos da para tener leyes que protejan tanto el ambiente (…) Lo que sí, yo quiero el mejor medioambiente para el desarrollo de mis hijos. El mío ya no importa mucho, yo ya estoy agotando mi elástico, a mí me fue bien en este planeta; quiero que también les vaya bien a los míos”.

Lo urgente y lo importante

La experiencia en California le sirvió a Jaksic para cambiar sus propios prejuicios sobre el movimiento ambientalista. “Yo me reía un poco de los verdes antiguos. Estoy hablando de los verdes de los años 60 y 70, del fundador de Codeff, (Godofredo) Stutzin. Pensaba que eran, cómo decirlo, abrazadores de árboles, que les gustaría estar abrazados a un árbol sacando energía del árbol, y qué sé yo. Curiosamente, es lo mismo que decían de mí después en la facultad. Yo no soy una persona espiritual, por lo que no me llegaba mucho ese mensaje. Sin embargo, esta gente logró poner en el debate el tema de la protección de nuestro ambiente. Después, el movimiento verde se fue haciendo cada vez más social”.

– ¿Se considera usted un ecologista?
– Yo soy proambiente en el sentido antropocéntrico: lo que debemos hacer es proteger el ambiente para que el ambiente nos siga protegiendo a nosotros. No estoy hablando de un altruismo, estoy hablando de una necesidad. Sin el ambiente que nos rodea estamos condenados a la muerte.

– ¿Ve a la población con una tendencia proambiente?
– Creo que hoy somos todos un poco más verdes. Ahora incluso el parrillero más degenerado estará pensando ‘chuta, ¿compro carne chilena o brasileña?’. Porque la brasileña es más barata, pero ellos queman el bosque tropical para hacer carne, o sea, en una de esas nos ponemos nacionalistas y no compramos más carne brasileña; acá en Chile no quemamos bosques para tener un bife. Hasta el parrillero puede hacer su contribución y lo digo porque yo soy parrillero. Yo genero CO2 con mi parrilla, esperando que con mis otras contribuciones, por ejemplo no tener auto, compense un poco eso.

– ¿Cree que hoy la ciencia y el activismo medioambiental van de la mano?
– No van de la mano, y de hecho, la ciencia va rezagada. El activista ambiental es aquel que percibe una amenaza al bienestar humano o de otra índole y sale a vocearlo a quien lo escuche y ojalá que lo capten los medios de prensa. Pero tienen una gracia: son como el canario de la mina, gente que se da cuenta muy rápidamente de que algo malo está ocurriendo. ¿A qué voy con esto? Los que primero se dieron cuenta de que algo malo estaba ocurriendo en el humedal de Valdivia con los cisnes de cuello negro fueron los locales, el grupo Acción por los Cisnes, y salieron a reclamar. Los científicos dijeron ‘no hay conteo de cisnes antes, no tenemos con qué comparar, no tenemos opinión’. Vamos rezagados a esas inquietudes ambientales. Pero también es cierto que eso ocurre porque tenemos que cumplir con los estándares del peso de la evidencia. El ambientalista no tiene por qué.

– ¿Chile perdió una oportunidad al no realizar la COP en el país?
– Sí, es lamentable, me da mucha pena, nos perdimos una tremenda oportunidad, pero hay que poner esto en contexto. ¿Es más importante la COP que la expresión del malestar social que hay en Chile? No. Pero ojo, distingamos lo urgente de lo importante. Lo importante es que el planeta sobreviva. ¿Es urgente eso? No, tenemos 10 años por delante. Primero resolvamos los problemas que tenemos acá. Lo importante va a seguir siendo el bienestar de las generaciones futuras de seres humanos, y lo urgente es gente que no tiene acceso a la salud, a la educación, etc.

– Con los informes sobre calentamiento global y la crisis climática, ¿cambia el sentido de urgencia de un ecólogo?
– Claro que cambia. Yo siento esa urgencia por lo que dejo de herencia a los míos y a la especie humana. ¿Quién de nosotros quiere que nuestros hijos vivan en un ambiente más empobrecido o más contaminado que éste?

La posta

Jaksic dice que la trayectoria de un científico es como una carrera de postas donde el investigador tiene cierto tiempo para hacer ciertas cosas. “Yo me las arreglé para mantenerme en la carrera hasta hace unos 10 años atrás. Ahí tomé una decisión”, dice. Lo que decidió hacer de ahí en adelante fue dedicarse a la administración para tratar de conseguir fondos de investigación “para que gente más creativa o más inteligente que yo pueda hacer lo que yo ya no puedo hacer, que es generar nuevo conocimiento”. Eso es lo que hace actualmente en su cargo de director del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad UC (Capes).

En esta etapa, a Jaksic también le gusta dedicar tiempo a la divulgación científica. Su fin es que los jóvenes y que la gente de su generación logren entender que todas las personas razonan científicamente: “Yo espero que cuando la gente reciba una información se pregunte ‘y bueno, ¿cuál es la evidencia?, ¿por qué pasan las cosas?, ¿por qué subió el dólar? Y que pensemos en la cadena de consecuencias”.

– ¿La ecología llenó sus expectativas respecto a su curiosidad científica y su quehacer?
– Completamente. Yo creo que no me la hubiera llenado ni la astrofísica más amplia del mundo. El sólo conocer cómo funciona este planeta da empleo a muchísima gente, y encontré una disciplina que abarca todas las disciplinas, porque sin seres humanos no hay nada, no hay literatura, no hay historia, no hay ciencia. ¿Por qué? Porque la ciencia, la literatura y la historia la hacemos nosotros, tenemos que existir nosotros como observadores para que exista el fenómeno que llamamos Tierra y naturaleza.

– ¿Llegó donde quería llegar?
– Sí. Y me pasé, también. No pensé que iba a llegar tan alto.

Fuente: www.latercera.com